El pensamiento es una trama compleja de relaciones. Estas relaciones son, la clave del razonar, el mecanismo primario de la comprensión. Descubrir cómo hacerlo correctamente sin caer en la trampa de las apariencias es sin duda uno de los mayores desafíos de todo aprendizaje. Y contribuir positivamente a este proceso, sin empañarlo, es la misión elemental de cualquier empresa educativa. Y he aquí la importancia decisiva del maestro, tal es pues, la magnitud del trascendente co-protagonismo del que realmente sabe enseñar.
Es más que frecuente afirmar que el maestro enseña y en su enseñar es cuando realmente aprende. No faltará quien señale que es ésta una afirmación de tono demagógico. Sin embargo, quienes ejercemos la docencia, sabemos que aprender y enseñar suelen ser caras de una misma moneda. Y lo cierto es que al comprender el modo en que el otro (el alumno) lo ha pensado, es posible resforzar el saber propio, ya sea por contraste o, incluso - dependiendo de la complejidad del problema - puede uno también ajustar su propio nivel de comprensión. Y esta reflexión metacognitiva vale tanto como para el razonamiento en sí mismo como para el método a través del cual aspiramos a enseñar. Y es justamente por ello que el oficio de enseñar requiere un nivel muy alto de empatía. Porque exige reconocer el mecanismo abstracto del razonamiento ajeno, suspendiendo por un momento la estrategia propia. Esta amplitud mental es un requisito esencial a la hora de ayudar a que el otro pueda establecer relaciones, completar los esquemas y descubir finalmente como hacerlo por sí mismo. En cualquier caso, la experiencia es apasionante.
Muchas veces se afirma que la escuela plantea un saber que ya no interesa a los estudiantes, que esta, que ofrece una realidad paralela, inútil e incompatible con el mundo actual. Creo que es una intencional exageración. Un nihilismo educativo que pasa por alto muchos otros problemas que no necesariamente tienen que ver con los contenidos...
¿Cual es la fuerza que alimenta el proceso de aprendizaje? No hay nada tan concreto como saber que el aprender despierta el placer del descubrimiento: ¿Cuánto vale X? ¿Qué color contrastará con el fondo? ¿Por qué un determinado pueblo fue asimilado por otro? ¿Cuál es el sujeto tácito? Comprender el sentido de las cosas, resolver problemas, es una recompenza deliciosa que se aplica todo tipo de contenidos... ¿por qué habría la escuela de rendirse olvidando este ingrediente clave de la historia del progreso humano?
Voy al punto: me identifico con el personaje del maestro curioso, capaz de transmitir el entusiasmo por el conocimiento. Me gusta preguntarme día a día qué hacer para alentar la llama de la curiosidad y con ella -y perdón si la metáfora resulta excesiva- la luz del conocimiento. Suelo sentir que proyectar el placer por el saber es siempre la mejor estrategia. Contagiar mi amor por el estudio. Compartir que sé y lo que sigo aprendiendo. Renovar el entusiasmo, clase tras clase. Porque de eso se trata, de seguir intentándolo.
Muy feliz día del maestro, queridos colegas.