El derecho a la educación: humano e irrenunciable El derecho a la educación: humano e irrenunciable Hace algún tiempo fui asignada para impartir un curso de inglés conversacional en uno de los centros del sistema penitenciario de mi país. Jamás había visitado un lugar como éste y me pareció un reto interesante. Acepté sin saber con qué me iba a encontrar. Mis nuevos estudiantes eran personas adultas mayores (mayores de 60 años en mi país). Algunos tenían más de 20 años de estar recluídos y habían olvidado cómo era el mundo que dejaron atrás. Algunos no habían terminado la escuela primaria; otros habían terminado la secundaria y otros eran profesionales. Sin embargo, su condición de privados de libertad les hacía de alguna manera extraña estar a un mismo nivel. El primer día habían veinticinco personas, el segundo veinte y así fueron disminuyendo hasta llegar a doce. El director del centro me explicó que la razón era que habían demasiados conflictos entre los internos y era algo común a lo que debía acostumbrarme. Yo había preparado muchas actividades individuales, en parejas y en grupos pequeños, y no pensaba darme por vencida, pero ¿cómo iba a sostener el máximo de estudiantes durante cuatro meses? Pues bien, empecé a motivarles y a prepararles actividades que proporcionaran entretenimiento, que invitaran a construir conocimiento y además les sacara de su triste rutina diaria. Nunca había preparado tantos juegos, bingos, canciones, y hasta comidas; además apliqué todas las adecuaciones curriculares posibles, con el fin de contribuir en alguna medida a su proceso de aprendizaje. Pero sobre todo los traté con el mismo cariño y respeto que trato a todos mis estudiantes. La respuesta fue tan increíblemente satisfactoria que ni ellos mismos lo podían creer. Cada mañana, aunque las lecciones iniciaban a las ocho, desde antes de las siete ya habían unos cuantos libros y cuadernos sobre los pupitres ( y unos dulces o unas flores sobre mi escritorio). Indudablemente los docentes no podemos dejar de recordar que nuestro objetivo son los estudiantes y nuestra misión, que ellos ejerzan su derecho a la educación, independientemente de cuál sea su situación, o de dónde se encuentren, es un derecho humano. Si logramos que las personas entiendan lo que el derecho a la educación significa y la diferencia que puede marcar en sus vidas, disminuiremos la cantidad de individuos que cada día renuncian a este valioso ejercicio. Anita Q. San José, Costa Rica ---
El derecho a la educación: humano e irrenunciable El derecho a la educación: humano e irrenunciable Hace algún tiempo fui asignada para impartir un curso de inglés conversacional en uno de los centros del sistema penitenciario de mi país. Jamás había visitado un lugar como éste y me pareció un reto interesante. Acepté sin saber con qué me iba a encontrar. Mis nuevos estudiantes eran personas adultas mayores (mayores de 60 años en mi país). Algunos tenían más de 20 años de estar recluídos y habían olvidado cómo era el mundo que dejaron atrás. Algunos no habían terminado la escuela primaria; otros habían terminado la secundaria y otros eran profesionales. Sin embargo, su condición de privados de libertad les hacía de alguna manera extraña estar a un mismo nivel. El primer día habían veinticinco personas, el segundo veinte y así fueron disminuyendo hasta llegar a doce. El director del centro me explicó que la razón era que habían demasiados conflictos entre los internos y era algo común a lo que debía acostumbrarme. Yo había preparado muchas actividades individuales, en parejas y en grupos pequeños, y no pensaba darme por vencida, pero ¿cómo iba a sostener el máximo de estudiantes durante cuatro meses? Pues bien, empecé a motivarles y a prepararles actividades que proporcionaran entretenimiento, que invitaran a construir conocimiento y además les sacara de su triste rutina diaria. Nunca había preparado tantos juegos, bingos, canciones, y hasta comidas; además apliqué todas las adecuaciones curriculares posibles, con el fin de contribuir en alguna medida a su proceso de aprendizaje. Pero sobre todo los traté con el mismo cariño y respeto que trato a todos mis estudiantes. La respuesta fue tan increíblemente satisfactoria que ni ellos mismos lo podían creer. Cada mañana, aunque las lecciones iniciaban a las ocho, desde antes de las siete ya habían unos cuantos libros y cuadernos sobre los pupitres ( y unos dulces o unas flores sobre mi escritorio). Indudablemente los docentes no podemos dejar de recordar que nuestro objetivo son los estudiantes y nuestra misión, que ellos ejerzan su derecho a la educación, independientemente de cuál sea su situación, o de dónde se encuentren, es un derecho humano. Si logramos que las personas entiendan lo que el derecho a la educación significa y la diferencia que puede marcar en sus vidas, disminuiremos la cantidad de individuos que cada día renuncian a este valioso ejercicio. Anita Q. San José, Costa Rica ---